Sentado en un mesa de Oira, Francesco Caccamo, un ingeniero industrial jubilado, prepara los materiales para la tarea que cada día le ayuda a «alejarse de la capital para quitarse la mascarilla».
Con una pequeña navaja, limpia las cañas y quita las hojas a los «bimbios» que él mismo recogió el pasado mes de febrero; con ellos y la habilidad aprendida de su abuelo primero y de su padre después, hace cada día cestos con sus propias manos.
A su alrededor quien se da cuenta de su presencia, se detiene a observarlo. Ajeno a las miradas de curiosidad y a la sonrisas de complicidad de quien se fija en su trabajo, va dando forma a lo que al final del día será un cesto.
La suya, es una historia de amor que dura ya 50 años, los mismos que hace que conoció a la ourensana que le robó el corazón. Juntos formaron su familia en Italia, hasta que tuvieron que regresar para cuidar a la madre de ella. «Hemos venido para ayudarla, tiene 92 años y está sola, no tiene otra familia» comentá Francesco.
En un perfecto castellano, adornado por el inconfundible acento italiano, me cuenta que el destinatario de su trabajo de hoy será su sobrino. «Lo hago porque estoy aquí sin hacer nada y no puedo estar todo el día en la capital. Me vengo por aquí a pasar el tiempo, no es un trabajo. Este es el trabajo de un hombre jubilado, de alguien que no tiene nada que hacer en todo el día.»
En ocasiones vende algunas de sus creaciones: «para vivir esto no da, cuando le pido 10€ a alguien por un cesto, me dicen que es mucho, no tienen en cuenta que yo he empleado todo el día en hacerlo»
Tras charlar un rato, me despido de Francesco. Allí seguirá el resto de la mañana, en la tranquilidad de un Oira casi desierto, absorto en la tarea que le ayuda a disfrutar de su nueva vida en Ourense.