Nos ha llevado nuestro tiempo pero parece que al fin hemos comprendido que la educación es la clave, la llave y el recurso más preciado de un país y de sus ciudadanos. Que los sistemas educativos deben caracterizarse por ser dinámicos y estar inmersos en una renovación constante, en función de la evolución de la sociedad. Y es que el cambio social va de la mano del cambio en nuestro alumnado. ¡Qué absurdo pensar que podemos “enseñar” de la misma manera a un alumno/a en 1990 que en 2022! Sin embargo el maestro/a puede ser el mismo en ambas fechas: una persona que comienza su carrera profesional como docente en 1990 aún podría encontrarse en activo en nuestros días, sin embargo a lo largo de esas décadas ha tenido que modificar contenidos y procedimientos a la vez que ha debido adaptarse a los cambios que en su alumnado se iban produciendo.
Hemos entendido que los profesionales del ámbito educativo han de estar en formación continua, aunque en este aspecto quede mucho camino por andar. Pero por supuesto, que nada sería posible sin una actitud positiva por parte de los mismos para llevarlo a cabo. Un profesorado que ha visto cómo su rol en el aula ha cambiado pasando de ser una figura autoritaria que “daba” interminables clases magistrales a delegar todo el protagonismo en el alumnado. Un docente que marca el tiempo, las reglas del juego, dirige, dinamiza y actúa como catalizador para el aprendizaje: acelerando el proceso sin intervenir directamente en la reacción.
Nos ha costado darnos cuenta de que entender las cosas es mil veces mejor que memorizarlas, pero por fin en nuestro país las Leyes Educativas hablan de construir entornos de aprendizaje abiertos, de promover la ciudadanía activa, la capacidad de aprender por sí mismos… Atribuyen la importancia que se merece al aprendizaje por competencias, a los proyectos, al Diseño Universal para el Aprendizaje, al “aprender haciendo” para TODAS y para TODOS. Nos traen un marco legal al servicio de una educación inclusiva y acorde con la adquisición de competencias, que valore además la diversidad. Solo debemos interpretar esta ley y llevarla al aula.
Tardamos en asumir que atender a la diversidad es entender que nuestros alumnos/as tienen diferentes personalidades y que cada uno de ellos/as tienen una forma diferente de llegar al mejor resultado. Que únicamente a través de un libro de texto no llegamos a la totalidad de nuestra audiencia, que la revolución digital ha venido para quedarse y que debemos proporcionar una gran diversidad de formatos y soportes de información al alumnado, más allá del meramente textual que podamos encontrar en un libro, empleándolos eso sí, como una fuente de información más.
Aprendimos que nuestra función no es enseñarles a solucionar un problema determinado si no presentarles todas las herramientas para estar preparados/as y afrontar cualquiera. Benjamin Franklin, en el siglo XVIII dijo “dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo” frase que nos da una pista sobre el camino que debe llevar la educación: caminamos hacia una educación del hacer, entendida por competencias, donde el alumnado aprende haciendo. Actividades prácticas, creativas, donde el alumnado desarrolla sus ideas, sus pensamientos… Actividades abiertas, sensoriales, en movimiento: donde se permite formular hipótesis, y, lo más importante, comprobarlas, sin miedo a manchar, a romper o a equivocarse.
Comprendimos que “dejarles hacer” es mucho más útil que “obligarles a ser”. Realizamos un viaje en el que el alumnado lleva el volante y dirige su recorrido haciendo las paradas necesarias: tomando sus propias decisiones. Nosotros ponemos “el coche” y facilitamos la hoja de ruta. Nos aseguramos de que la carretera está en condiciones, echamos combustible y si hay una avería ayudamos en la búsqueda de un taller. Estas situaciones propician que los adultos del futuro hagan frente a problemas imprevisibles que requieren de la adquisición de nuevas habilidades y en las que el error es fuente de aprendizaje. Asumimos que el error propicia el cambio cognitivo y que es nuestro deber acogerlo en el aula.
Le dimos ¡al fin! a la neurociencia, a la investigación en neuropsicología del desarrollo y a la pedagogía, el lugar que le c corresponde. Atendimos a la investigación y dejamos de lado el “cada maestrillo tiene su librillo”. Legitimamos que el cerebro es un órgano social que aprende por la observación, la imitación y el diálogo.
Hemos aceptado la importancia del bienestar emocional y del vínculo: esa relación estrecha que se crea con el alumnado y que le aporta seguridad y bienestar. Que un alumno/a que se sienta escuchado y querido por su maestro/a, desarrollará más positivamente sus habilidades sociales, gestionará mejor sus emociones y las ajenas y se iniciará en el complejo mundo de la empatía desde una base segura. Y ese vínculo no solo ha de crearse con el alumnado, si no que la implicación y relación con las familias es fundamental. Abramos los centros a las familias, compartamos actividades, ofrezcámosles formas directas de participación en el centro: ya no podemos olvidar que educación en la escuela y en la familia van de la mano en este particular camino que celebramos hoy.
Sobre las autoras:
Ana Lorenzo (@asi_aprendo_yo) y Patricia Fernández (@miminipandi) son maestras de Educación Infantil y organizadoras de evento Encuentro Educativo Galego, que este año celebró su segunda edición agontando las plazas disponibles a las horas de abrirse la inscripción.
Nuria Feijóo (@nurisintheclass) es maestra de Educación Primaria y organizadora junto a Ana Lorenzo de las «Meriendas Pedagógicas», un encuentro «informal» como ellas mismas defines para maestr@s inquiet@s que se celebra una vez al mes en Ourense.